lunes, 27 de julio de 2020

En la playa




El agua salada recorría mis andares durante mi caminar por la orilla. Esa libertad que sentía al andar descalzo, despojado de las ataduras de ese calzado, me relajaba. Sintiendo el sonido de las olas al golpear mis extremidades, la brisa marina acariciando mi rostro, el sol calentando mi torso.

 A lo lejos, sobre el espigón de granito, una mujer relajaba su cuerpo sobre esas enormes moles de piedra. No había leído mucho sobre mitología griega pero creía que las sirenas no existían. Ni la mejor “Odisea” podría haber escrito con palabras la belleza que desplegaba esa maravillosa mujer.

Así como marino desorientado, fui acercándome hacia aquel espigón donde la mujer se encontraba. Al llegar a su altura me habló ese sonido me encandilo más que si la hubiera oído navegando, tal vez hubiera naufragado bajo sus pies. Nunca me había quedado en blanco, pero en esos momentos hubiera querido enterrarme en esa arena que se divisaba a unos centenares de metros atrás.

Lo que nunca hubiera querido que ocurriera ocurrió en aquel silencio sepulcral fui observando todo aquel cuerpo mientras ella me miraba de una manera algo diferente. Notaba unos ojos algo pícaros y juguetones tras esa mirada que me paralizaba la respiración. Lo único coherente que salió de mi boca en aquellos instantes fue invitarla a darse un baño por el calor sofocante que hacía. Sorprendido hizo un ademán afirmativo, cosa que no me esperaba pero que deseaba.

El agua algo fría, erizaba y contraía cada músculo que caía en contacto con la misma. En ese medio, los pequeños roces, caricias, miradas hacían una fórmula bastante explosiva en nuestros instintos. Era diferente, el erotismo se adueñó de nosotros y lo que empezó como un leve jugueteo se fue convirtiendo en algo más sensual.

Las caricias ya no eran tan inocentes, iban a ciertas partes estratégicas del cuerpo que al tocarlas, la temperatura subía por momentos. Los continuos rozamientos habían hecho también subir una porción de mi cuerpo antes controlada. Esa mirada que tanto me había cautivado se acercaba cada vez a mi rostro. Como fuerza invisible que sujetaba mi cuello no podía apartar mi mirada de ella mientras veía como se acercaba ese primer beso.

 Me agarró del cuello con sus brazos y acercando mi cabeza a la suya unió los labios de tal forma que me fue imposible resistirme. Cautivo por su hechizo seguí besándola mientras nos íbamos a lo más profundo, allá donde únicamente nuestras cabezas se divisaban. Al apretar su cuerpo contra el mío notaba esos pechos masajeando mi torso y ella el crecimiento de mi entrepierna sobre su bikini. Los besos fueron cada vez más efusivos en intensidad y fuerza, ella notaba esa efusividad cada vez más.

No podía remediarlo, alguien habría la caja de Pandora de mi interior, la lujuria contenida en ella salía cada vez más. Mis manos fueron aflojando el cordel de la parte de arriba de su bikini. Al tiempo esa prenda que censuraba en cierta manera el contenido desapareció y esos senos calentados al sol invitaban a ser explorados en todos los aspectos. Mi lengua se perdió en ellos, mojando con mi lengua y el agua salada ambos pechos. Recorría cada porción de los mismos, se ponían calientes, erectos, el agua salada desaparecía por el calor que desprendían, la sal contenida en los mismos cristalizaba de forma sensual sobre sus pezones, brillaban con el resplandor del sol.

 Su mano antes sobre el cuello se había deslizado por mi torso hasta tocar el bulto de mi bañador. Lo acariciaba de tal manera que no tuvo más remedio que salir de esa atadura y bucear por primera vez. Acercó su cuerpo contra el mismo y fue presionando la parte baja de su bikini contra mi pene desprotegido. Sus gemidos empezaron a juntarse con el oleaje y la brisa marina.

 Su respiración acelerada como la mía y su corazón revelaban su nerviosismo. Necesitaba respirar de nuevo, deseosa tomó mis labios para que le proporcionara ese alivio. Los besó ardientemente mientras movía su pelvis contra la dureza que había creado. El movimiento se hacía demasiado rápido, el chapoteo de ambos sacaba la espuma lasciva del mar. Su mirada clavada en mis ojos, me deseaba, quería que esa caja abierta se abriera más y sacara mi lado lascivo.

 Sus piernas se engancharon en mi cintura y mientras me besaba nos íbamos retirando hacia la orilla. Al llegar a la misma, deje suavemente su cuerpo sobre la mojada arena y allí mismo la besé, acaricié su pelo, su cuello, sus senos, sus piernas. El deseo hizo que nos rebozáramos sobre la misma arena, haciendo el dibujo de nuestros cuerpo sobre la misma, ese lienzo que el mar desdibujaba celoso de la escena.
 Mi peso ejercía la suficiente presión como para que sus senos, mojados y llenos de arena se clavaran en la misma. Tatuando en la playa ese sello tan característico de una mujer. Esas marcas se dibujaban, y como rastro de lujuria seguían cada itinerario de nuestros cuerpos.
Mi mano despojó el resto de bikini que le quedaba, aparté ambas piernas y me sumergí en otro tipo de mar, mucho más caliente. Mi lengua flotaba sobre ese vasto océano buscando ese botón que encendiera más su chispa.

 La encendí, su rostro se iluminó, sus gemidos se incrementaron. Sus manos dibujaban sobre la arena el erotismo de la escena, agarraba arena en sus manos, intentaba arañar y marcar el húmedo nicho de amor. Agarraba mi cabeza contra ella, necesitaba que sumergiera en su interior otra cosa, necesitaba esa sensación. Mi dureza fue acercándose a su destino, lentamente se fue introduciendo mientras mis piernas abrían un poco más las suyas.

El calor quemaba la piel, la penetración, lenta era acompañada por la respiración de ambos. El mar acompañaba cada penetración con su oleaje, mojando el cuerpo de ambos. Que lindo manto nos cubría, seguía cada pausa, cada momento lascivo, nos miraba celoso, pero acompañaba en el ritmo. Conforme mi excitación crecía el oleaje se volvía más fuerte.

 Al incrementar el ritmo las olas eran más incesantes, movían nuestros cuerpos pero la unión seguía. Agarraba mi espalda fuertemente mientras sus gemidos se ahogaban en el mar embravecido. Agarré sus muñecas, clavándolas sobre la arena, respiré fuerte, mi corazón crecía en intensidad. Necesitaba ese final mágico, ese orgasmo tan deseado sobre la orilla de la playa. No volví a mover el pene de su interior, únicamente mi pelvis ejercía esa electricidad que se clavaba en cada poro de su piel. El agua hacía mejor conductor su cuerpo, la electricidad se propagaba, creaba un incendio en su interior. Sus gritos…eclipsaban la expresión del mar, que celoso  sin la luna que lo guiará subió la marea hasta que sumergidos por ese manto el orgasmo calmó sus aguas y con un suave oleaje rozando nuestros cuerpo…yacimos en la orilla abrazados.

Orestes

4 comentarios:

  1. Tu boca fue explorando su cuerpo, lamiendo sus perlas, entre mareas y gemidos.

    Precioso relato, me ha encantado.

    Besos.

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  2. Nunca antes había leído un relato tan bueno como los tuyos... tus letras desbordan pasión, deseo y lujuria sin llegar a rozar lo vulgar!
    Todo un lujo saborear tus letras.
    Con tu permiso te seguiré.
    Saludos.

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  3. Tu relato me ha hecho recordar a uno que escribí años atrás... y es que la playa, el mar, inspiran.

    Un beso.

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  4. Tus letras están llenas de amor pasional,
    y lujuria muy bien llevada.

    Besitos dulces
    Siby

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