El agua salada
recorría mis andares durante mi caminar por la orilla. Esa libertad que sentía
al andar descalzo, despojado de las ataduras de ese calzado, me relajaba.
Sintiendo el sonido de las olas al golpear mis extremidades, la brisa marina acariciando
mi rostro, el sol calentando mi torso.
A lo lejos, sobre el espigón de granito, una
mujer relajaba su cuerpo sobre esas enormes moles de piedra. No había leído
mucho sobre mitología griega pero creía que las sirenas no existían. Ni la
mejor “Odisea” podría haber escrito con palabras la belleza que desplegaba esa
maravillosa mujer.
Así como marino
desorientado, fui acercándome hacia aquel espigón donde la mujer se encontraba.
Al llegar a su altura me habló ese sonido me encandilo más que si la hubiera
oído navegando, tal vez hubiera naufragado bajo sus pies. Nunca me había
quedado en blanco, pero en esos momentos hubiera querido enterrarme en esa
arena que se divisaba a unos centenares de metros atrás.
Lo que nunca
hubiera querido que ocurriera ocurrió en aquel silencio sepulcral fui
observando todo aquel cuerpo mientras ella me miraba de una manera algo
diferente. Notaba unos ojos algo pícaros y juguetones tras esa mirada que me
paralizaba la respiración. Lo único coherente que salió de mi boca en aquellos
instantes fue invitarla a darse un baño por el calor sofocante que hacía.
Sorprendido hizo un ademán afirmativo, cosa que no me esperaba pero que
deseaba.
El agua algo
fría, erizaba y contraía cada músculo que caía en contacto con la misma. En ese
medio, los pequeños roces, caricias, miradas hacían una fórmula bastante
explosiva en nuestros instintos. Era diferente, el erotismo se adueñó de
nosotros y lo que empezó como un leve jugueteo se fue convirtiendo en algo más
sensual.
Las caricias ya
no eran tan inocentes, iban a ciertas partes estratégicas del cuerpo que al
tocarlas, la temperatura subía por momentos. Los continuos rozamientos habían
hecho también subir una porción de mi cuerpo antes controlada. Esa mirada que
tanto me había cautivado se acercaba cada vez a mi rostro. Como fuerza
invisible que sujetaba mi cuello no podía apartar mi mirada de ella mientras
veía como se acercaba ese primer beso.
Me agarró del cuello con sus brazos y
acercando mi cabeza a la suya unió los labios de tal forma que me fue imposible
resistirme. Cautivo por su hechizo seguí besándola mientras nos íbamos a lo más
profundo, allá donde únicamente nuestras cabezas se divisaban. Al apretar su
cuerpo contra el mío notaba esos pechos masajeando mi torso y ella el
crecimiento de mi entrepierna sobre su bikini. Los besos fueron cada vez más
efusivos en intensidad y fuerza, ella notaba esa efusividad cada vez más.
No podía
remediarlo, alguien habría la caja de Pandora de mi interior, la lujuria
contenida en ella salía cada vez más. Mis manos fueron aflojando el cordel de
la parte de arriba de su bikini. Al tiempo esa prenda que censuraba en cierta
manera el contenido desapareció y esos senos calentados al sol invitaban a ser
explorados en todos los aspectos. Mi lengua se perdió en ellos, mojando con mi
lengua y el agua salada ambos pechos. Recorría cada porción de los mismos, se
ponían calientes, erectos, el agua salada desaparecía por el calor que
desprendían, la sal contenida en los mismos cristalizaba de forma sensual sobre
sus pezones, brillaban con el resplandor del sol.
Su mano antes sobre el cuello se había
deslizado por mi torso hasta tocar el bulto de mi bañador. Lo acariciaba de tal
manera que no tuvo más remedio que salir de esa atadura y bucear por primera
vez. Acercó su cuerpo contra el mismo y fue presionando la parte baja de su bikini
contra mi pene desprotegido. Sus gemidos empezaron a juntarse con el oleaje y
la brisa marina.
Su respiración acelerada como la mía y su
corazón revelaban su nerviosismo. Necesitaba respirar de nuevo, deseosa tomó
mis labios para que le proporcionara ese alivio. Los besó ardientemente
mientras movía su pelvis contra la dureza que había creado. El movimiento se
hacía demasiado rápido, el chapoteo de ambos sacaba la espuma lasciva del mar.
Su mirada clavada en mis ojos, me deseaba, quería que esa caja abierta se
abriera más y sacara mi lado lascivo.
Sus piernas se engancharon en mi cintura y
mientras me besaba nos íbamos retirando hacia la orilla. Al llegar a la misma,
deje suavemente su cuerpo sobre la mojada arena y allí mismo la besé, acaricié
su pelo, su cuello, sus senos, sus piernas. El deseo hizo que nos rebozáramos
sobre la misma arena, haciendo el dibujo de nuestros cuerpo sobre la misma, ese
lienzo que el mar desdibujaba celoso de la escena.
Mi peso ejercía la suficiente presión como
para que sus senos, mojados y llenos de arena se clavaran en la misma. Tatuando
en la playa ese sello tan característico de una mujer. Esas marcas se
dibujaban, y como rastro de lujuria seguían cada itinerario de nuestros
cuerpos.
Mi mano despojó
el resto de bikini que le quedaba, aparté ambas piernas y me sumergí en otro
tipo de mar, mucho más caliente. Mi lengua flotaba sobre ese vasto océano
buscando ese botón que encendiera más su chispa.
La encendí, su rostro se iluminó, sus gemidos
se incrementaron. Sus manos dibujaban sobre la arena el erotismo de la escena,
agarraba arena en sus manos, intentaba arañar y marcar el húmedo nicho de amor.
Agarraba mi cabeza contra ella, necesitaba que sumergiera en su interior otra
cosa, necesitaba esa sensación. Mi dureza fue acercándose a su destino,
lentamente se fue introduciendo mientras mis piernas abrían un poco más las
suyas.
El calor quemaba
la piel, la penetración, lenta era acompañada por la respiración de ambos. El
mar acompañaba cada penetración con su oleaje, mojando el cuerpo de ambos. Que
lindo manto nos cubría, seguía cada pausa, cada momento lascivo, nos miraba
celoso, pero acompañaba en el ritmo. Conforme mi excitación crecía el oleaje se
volvía más fuerte.
Al incrementar el ritmo las olas eran más
incesantes, movían nuestros cuerpos pero la unión seguía. Agarraba mi espalda
fuertemente mientras sus gemidos se ahogaban en el mar embravecido. Agarré sus
muñecas, clavándolas sobre la arena, respiré fuerte, mi corazón crecía en
intensidad. Necesitaba ese final mágico, ese orgasmo tan deseado sobre la
orilla de la playa. No volví a mover el pene de su interior, únicamente mi
pelvis ejercía esa electricidad que se clavaba en cada poro de su piel. El agua
hacía mejor conductor su cuerpo, la electricidad se propagaba, creaba un
incendio en su interior. Sus gritos…eclipsaban la expresión del mar, que
celoso sin la luna que lo guiará subió
la marea hasta que sumergidos por ese manto el orgasmo calmó sus aguas y con un
suave oleaje rozando nuestros cuerpo…yacimos en la orilla abrazados.
Orestes
Tu boca fue explorando su cuerpo, lamiendo sus perlas, entre mareas y gemidos.
ResponderEliminarPrecioso relato, me ha encantado.
Besos.
Nunca antes había leído un relato tan bueno como los tuyos... tus letras desbordan pasión, deseo y lujuria sin llegar a rozar lo vulgar!
ResponderEliminarTodo un lujo saborear tus letras.
Con tu permiso te seguiré.
Saludos.
Tu relato me ha hecho recordar a uno que escribí años atrás... y es que la playa, el mar, inspiran.
ResponderEliminarUn beso.
Tus letras están llenas de amor pasional,
ResponderEliminary lujuria muy bien llevada.
Besitos dulces
Siby