En el reflejo del agua se
iluminaba tu rostro, el agua recorría tu cuerpo sembrando cada poro de tu piel,
inundándolo de esa agua fría que salía de la ducha. Las sensaciones recorrían
tu imaginación, guiaban tus manos por todo tu cuerpo, explorado desde hace
años, pero todavía con partes por descubrir.
Al poner los pies en el frío
gres, tu rostro se ilumina, tus párpados abren las ventanas de esa mirada
rasgada. Tus ojos abiertos se fijan en ese espejo que tantos días ha reflejado
su cuerpo y alma desnuda. Ahora, delante de esos ojos, adviertes el bonito
cuerpo que dios te ha dado, esas curvas insinuantes se pierden ante los
libinidosos deseos de tu alma de ser explorada.
Cierras los ojos, te encuentras
delante de mi torso, tus manos, inmóviles dejan que el agua fría de tu cabello recorra
sus yemas. Mis manos mientras se dejan llevar por la silueta de tu contorno y
exploran cada textura de tu piel.
Modelando tus caderas como si de un
alfarero se tratara con delicadeza, haciendo que cada caricia se transforme en
un surco infinito de tu alma, ese suspiro, ese jadeo de tu boca. Noto el latir
del corazón conforme mis manos ganan altura y se aproximan hacia tus senos.
Abres los ojos y ves esas manos, grandes, con
dedos largos y delgados deslizarse, no tocan música, sino otra obra de arte. No
me miras, sólo el reflejo de nuestra alma es testigo de esas caricias. Esa
respiración acelerada delata todo el calor que estás intentando expulsar al
exterior.
Mis labios bajan hacia el talud
que forma tu cuello, lo beso con delicadeza, no quiero que se desmorone ante
mis ojos. Miro el reflejo, nuestras miradas se cruzan, nace una sonrisa y tu
mano acaricia mi rostro. Ese dedo curioso repasa la comisura de mis labios pero
logro atraparlo con mi boca, lo baño en el aliento de mi lujuria, aún
contenida. Al salir se desliza por mi torso dejando esa humedad y evaporándose
al permanecer tiempo sobre mi corazón.
Esos dedos largos cuelgan de tus
aureolas, como pinzas se enganchan en esos ojos saltones que sobresalen,
crecen, ganan altura y color.
Tus gemidos tapan cualquier
sonido del exterior, tu pelo oculta mi rostro y en el reflejo sólo ves
extremidades perdidas, que estimulan tu torso. Ver esas manos sobre tu cuerpo
hace que te estremezcas de placer, sólo viendo ese reflejo. Las manos acarician
de forma sensual tus pechos, pero quieren recorrer tu cuerpo entero. Suben,
bajan, se deslizan por cada extremidad de tu cuerpo… Piernas, brazos… toda su
longitud acariciada por mis suaves manos.
Apoyas el cuello contra mi hombro,
mis labios deseosos atrapan los tuyos y saborean ahora esa humedad contenida.
Que delicioso manjar, me da vida, emoción, suspiros de amor.
No puedo remediar bajar mis manos al besarte,
acariciar los laterales de tus muslos, los interiores, acercarme peligrosamente
a tu sexo sin dejar de besarte. No puedo frenar el instinto de mis manos, que
inexorablemente se acercan hacia el lecho de esa diosa dormida aún. El reflejo
emula cada gesto de nuestros cuerpos, mi mano como hoja, censura de forma
juiciosa tu sexo mientras mis labios sellan toda la pasión que siento dentro.
Tus extremidades inferiores ceden
mientras bocanadas de aire respiran sobre tu cuello y la textura de mis labios
palpan el grosor de tu boca. Mis dedos se dejan guiar por el aroma de lujuria, son guardianes de tu lecho,
abren ligeramente los pliegues de tu piel, recogen toda esa humedad contagiosa
que pasa de dedo en dedo recorriendo toda la longitud de su falange.
Ese tallo de carne se introduce
en su lecho, al final del mismo las yemas surcan cada labio mientras el
reflejo, esa imagen gemela copia cada detalle de mis movimientos. Sin ver tu
rostro fijas tu mirada en esa zona tan especial, que está siendo explorada,
relames tus labios, ocupados aún por la ternura de los míos. Tus manos bajan
inconscientemente hacia tus pechos, los acarician, tratan con dulzura esas
obras de arte que esculpidas como salientes sobresalen de una escultura de
mármol imperecedera, tu torso.
Tus manos adquieren dinamismo, ni
en tus más íntimos sueños hubieras pensando en manejar como títere las manos
que tocaban música para ti. Agarraste mis muñecas con esa delicadeza que
atesoras y diste tu personalidad a mi mano. Como si fuera parte de tu cuerpo
fuiste tocando tu lecho, ya húmedo de la copiosa lluvia de tu interior que
regaba los valles de tu entrepierna formando ríos de placer.
La imagen del espejo reflejaba toda la
secuencia a la perfección, captando cada movimiento como si se tratara del
mejor fotograma. Eras testigo del encuentro, cinéfila de tu imagen desnuda,
erudita de los placeres ocultos de tu cuerpo, alquimista de los sentidos.
Tu cuerpo se estremecía mientras guiabas mis
extremidades por cada zona que deseabas. Pero ese lecho, era el lugar escogido
para que la mujer dormida saliera. Introdujiste mi dedo, señalaste el camino y
lo guiaste hasta la oscuridad. Salía y entraba buscando la luz, la respiración,
ese oxígeno evaporado por el calor de tu volcán. Sonaba música en el ambiente,
era tu forma de expresar tu alma desnuda.
Sonora, inconfundible hacía
levantar mi sexo de forma alarmante contra tu espalda. No veías mi rostro,
oculto por la espesura de tu cabello, ni mi torso, escondido detrás de tu
figura. Sólo notabas esa reacción que tu música producía en mi cuerpo, ese
crecimiento que rozaba tu piel por momentos.
Tu mente nublada de lujuria se
reflejaba en aquel espejo, notabas esa necesidad imperiosa de tenerme dentro.
Pero deseabas tocar música con mis manos, sentirte compositora de ese momento.
El rozamiento de mis manos fue en aumento, las guiabas por las estancias de tu
lecho, querías visitarlas todas, y que el calor de las mismas te llenara por
completo.
Moviste con esmero y un segundo
visitante se introdujo, está vez si para quedarse, sin moverse de dentro, sólo
con tu cintura acompañabas ese movimientos. Lo veías gemelo ante tu espejo, te
producía un placer indescriptible ver tu rostro de placer, eso acentuaba cada
vez más ese grito, esa llamada a lo salvaje, ese instinto escondido que salía
cada vez que sentías mi presencia.
Tu cuerpo se inclinó hacia
delante, y por fin, el reflejo de mi rostro se dibujó ante ti, con esa mirada
deseosa, con mi dureza rozando tus caderas. Notabas también ese calor mío,
interno, esa semilla oculta que florecía cuando te miraba, cuando me hablabas.
Cualquier reacción tuya era suficiente para alterar mi personalidad, mis
acciones, mi vida. En ese momento era títere en tus manos pero me sentía libre
al poder disfrutar con la mirada todo lo que tu rostro reflejaba. Como hilo
conductor mi sexo notaba cada movimiento de tu cuerpo, me producía ese
hormigueo que aparece en los momentos más especiales.
Mis dedos resbalaban dentro de su
sexo de la humedad que se había concentrado, suspiros de placer aparecían en el
espejo. La boca abierta entonaba ese dulce sonido del placer con ese gemido de
estribillo, una y otra vez se repetía mientras mis dedos quemaban en tu
interior.
Las paredes se abrían ante su cercanía y
longitud, mis dedos abrían esas paredes y tocaban esas teclas sensibles. Mi
sexo no dejaba de golpear su zona trasera, notaba su dureza, pero no la veía,
escondiéndose de las miradas del espejo, espía, sigiloso visitante que se
mantenía a la espera hasta que una señal uniera ambos cuerpos.
Esperaba dicha señal, tan sólo
fue un instante, un guiño del espejo fue suficiente para unir ambos cuerpos
poco a poco. Un movimiento lento que pausó la imagen del espejo, viendo ambos
rostros de placer. Esa unión de cuerpos, ese rozamiento de torsos, esa mezcla
se sonidos. Se hacía intenso el momento, quería inmortalizarlo con cada
caricia, cada penetración.
Agarraba sus pechos ahora con mis
manos mientras su cuello apoyaba en mi torso. Quizás cansando, o quizás con
ganas de sentirme más de cerca, escuchar el latido de mi corazón en cada
momento. Esas penetraciones eternas que engañaban al tiempo, lo censuraban,
corría lento entre los jadeos de ambos. Notabas como salía y entraba, pero el
tiempo se paraba cuando uníamos cada parte de nuestra alma. Notabas mi torso
contra tu espalda, esa tan bella que servía de apoyo en ocasiones a tu cabello.
Ese sexo húmedo que en cada salida dejaba cataratas de placer en su nacimiento,
recorriendo tu entrepierna hasta los tobillos.
Mojándote de esa esencia tuya,
esa fuente de juventud que salía de esa mujer dormida. Deseaba cada momento
juntos, ese en especial, reflejando cada sentimiento mutuo delante de nosotros
mismos. Que mejor testigos para inmortalizar ese momento mágico del orgasmo,
donde la diosa que llevabas dentro se levantó de su ataud de piedra y gritó al
cielo, rompiendo todas las barreras que le habían sido impuestas, el olvido. Al
final dicho espejo reflejó tu rostro rejuvenecido, una sonrisa que con la boca
abierta aún entonaba las últimas notas de placer.
El alma gemela se reflejó al sacar mi sexo de
tu interior, y aunque separados carnalmente nos vimos en el espejo como un solo
cuerpo. En efecto el espejo captó esa última imagen, que se quedaría en cada
retina de nuestros ojos para siempre…..
Orestes
Esa mezcla de sensaciones muy eróticas me encanto, ese reflejo sensual durante la seducción y el acto es tremendo una de las cosas que mas me gusta observarme
ResponderEliminarMe gusto mucho
Un abrazo
Como siempre en un gusto tenerte por aquí, darte las gracias por recordarme este blog que deje algo abandonado por circunstancias y animarme a compartir de nuevo
ResponderEliminarBesos